Volvió.
Corriendo. Apurado. Sin sentido. Aturdido. La ciudad hacía de él aquello que renegaba. Respiró. Se recostó. Tomó un te con limón, jengibre y miel. Leyó un extracto de»Humano, demasiado humano»,apagó la luz y meditó sobre lo leído.
Y se levantó siendo una langosta.
Kafka lo había logrado de nuevo.